Capítulo 9. La aceptación de la Expiación
IV: El plan de perdón del Espíritu Santo
La Expiación restaura la idea de la Unidad en tu mente y se logra a través del perdón, ponerlo en práctica tan sólo requiere de tu disposición a cambiar de idea con respecto a ti y a los demás, es decir, en no concentrarte en ver el error sino pedir orientación para verte a ti y a los demás tal y como Dios los ve. Todo esto no es algo que harás solo, de hecho tan sólo se te pide que dejes de percibirlo tal y como lo haces ahora y te dispongas a verlo diferente.
La Expiación nos enseña a compartir, nos enseña que fornamos una unidad y que no estamos aislados, es decir, que lo tú piensas (no lo que haces) forma parte de mi, me alimenta y viceversa. El ego también tiene un plan de perdón pero no es un plan viable porque te pide que pases por alto el daño que te han causado y que has causado, es decir, le otorga realidad al daño y al error, por lo tanto te lleva a la sensación de que estás sacrificando algo y por ende al conflicto y te deja enredado en una idea errónea de ti y del amor que Dios te tiene.
El Espíritu Santo te pide que ni si quiera veas el error, que no te concibas como un cuerpo, ni creas que lo percibes es real, te pide que desalojes de tu mente todo lo que pienses o hayas pensado del mundo hasta hora y no lo valides como real, así podrás dejar espacio en tu mente para ver de otra manera lo que ahora vives.
El ego no tiene idea de lo que está percibiendo puesto que su condición cambia y por lo tanto es inestable, confunde su función con la del Espíritu Santo lo cual lo predispone a atacar ya que está confundido, cree que él es quien te creó y eso no es verdad pues tú Hacedor es Dios, no él. El ego vive de tiempo prestado de tu Eternidad, su juicio final, es la bienvenida de la cordura, y el único que teme a esto es el ego, tú no tienes nada que temer y sí mucho que celebrar, puedes pedir el juicio final para tu mente ya.
Las fantasías tan sólo están en tu mente, no son reales, el juicio final, el Segundo Advenimiento, es la toma de conciencia de tu realidad divina que está aquí y ahora y nos pertenece a todos como uno solo.
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